sábado, 31 de enero de 2009

LA CUARTA MUDANZA

Por Henry Nadales (*)
05 de junio de 2007.

La ciudad de Pedraza permaneció durante cincuenta años en el cuarto asiento, ubicado en el piedemonte andino, muy cerca de la actual localidad de Pintaderas, a orillas del ahora denominado río La Acequia. La gente había llegado a ese lugar el 18 de septiembre de 1662, pero las cosas no estaban ocurriendo como para sentirse satisfechos del lugar de residencia y concluyeron que tenían que marcharse. En 1712 sucede la cuarta mudanza de Nuestra Señora de Altagracia de Ticoporo de Pedraza y la establecen más hacia el sur, en una llanura localizada entre dos cursos de agua, entre los hoy nombrados caño Los Negros y la quebrada Miricacoy, en el sitio de Tampacal.

En la ribera oriental del río La Acequia probablemente los suelos fueron perdiendo fertilidad por la intensa actividad agrícola de cincuenta años de explotación. Los aborígenes persistían en sus deseos de ahuyentar a los pobladores de la ciudad y la peste de calenturas hacía estragos en la población. Esperanzados en encontrar mejores suelos y en evitar las fiebres que agobiaban a los pedraceños, decidieron marcharse a Tampacal.

La cuarta mudanza muy probablemente ocurrió por razones económicas y de salubridad, tal vez las mismas que obligaron a realizar el tercer cambio de asiento de la ciudad, de allá de la ribera occidental del río Ticoporo. Muy probablemente fue realizado el traslado de la ciudad por Alonso Jimeno Bohórquez (hijo), uno de los residentes de Pedraza que ejercía funciones de gobierno y autoridad en el Cabildo.

Muy pocas serían las residencias a construirse porque la población de Pedraza estaba muy disminuida por efecto de la peste de calenturas y por la grave escasez de alimentos que se supone castigó severamente a los residentes de la cuarta sede de la peregrina ciudad que en setenta y un años había cambiado de lugar en cuatro oportunidades. Sin embargo la esperanza renacía con cada mudanza.

Cada vez que sucedía la reconstrucción de la ciudad resurgía la posibilidad de acabar definitivamente con sus pesares. Parecía una ciudad maldita, pero eran otras cuestiones las que hicieron obligar a los residentes a buscar mejores destinos. Tal vez en aquellos tiempos las adversas condiciones de vida no permitían sembrar en la gente un arraigado sentimiento de pertenencia y vinculación con la tierra y el espacio territorial de la ciudad. En Tampacal renacía la esperanza. Otra mudanza más, otro aliento de buen provenir para la ciudad.

(*) Cronista oficial del municipio Pedraza.
Estado Barinas.

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