viernes, 30 de enero de 2009

MARÍA CATALINA LOZADA

Por Henry Nadales (*)
05 de febrero de 2008.

María Catalina Lozada Guerra, hija de Juan Lozada y Juana de Dios Guerra, nació a finales de la primera década del siglo XX, en el año 1910, en Las Peñitas, población ubicada a poca distancia de Ciudad Bolivia. A los 20 de edad contrajo matrimonio con José Simón Peña Espinoza el 21 de mayo de 1930 ante el presidente del Concejo Municipal del entonces distrito Pedraza, Rafael María Peña Castro. Tuvo a sus hijos José Tiburcio, José Crispiniano, María Gertrudis, Pablo Roberto, María Mercedes y Ramón Pascual.

Se trasladó, en el año de 1947, desde la comunidad de Las Peñitas hasta Ciudad Bolivia con su marido y sus muchachos en busca de un mejor porvenir para sus vástagos, principalmente de una escuela en la cual ponerlos a estudiar. Edificaron una modesta y rústica vivienda en la esquina de la Avenida 5 con Calle 5, precisamente detrás del templo católico que está localizado frente a la plaza Bolívar de la capital municipal.

Doña Catalina, como le llamaban cariñosamente sus familiares y amigos más cercanos, era una mujer como la mayoría de las de Pedraza, trabajadora, alegre, de una sola cara, honesta, hogareña, muy hacendosa, extraordinariamente caritativa, sensible al dolor y sufrimiento de sus semejantes, católica, profundamente religiosa, de arraigado valores morales y temerosa de Dios. Era muy diestra en la elaboración de pan, dulces, casabes, catalinas o paledonias y otras delicias de su humeante cocina. Tenía en la comunidad pedraceña un buen ganado prestigio en el difícil arte de aliñar panes. En la cocina de su modesta vivienda había un humilde fogón y un horno construido de tierra que siempre tenían brasas encendidos.

Murió en Ciudad Bolivia a los cincuenta y un años de edad, el 18 de agosto de 1961, después de una corta convalecencia de siete días, víctima del tétano, enfermedad muy grave producida por un bacilo que penetra generalmente por las heridas y ataca el sistema nervioso y que sus síntomas principales son la contracción dolorosa y permanente de los músculos y la fiebre, que le ocasionó una herida producida por una espina de árbol de naranjo, en un accidente menor ocurrido en su hogar mientras realizaba labores de limpieza. Nada valieron los enormes esfuerzos médicos y la esmerada atención que hizo en su lecho de enferma el doctor Rodolfo Hadfy para salvarle la vida. Sus restos mortales reposan en el cementerio de la localidad.

Esta crónica es un merecido homenaje a la mujer pedraceña de aquellos y de estos tiempos. En estas notas se revelan las características más sobresalientes y frecuentes de la mujer de estas tierras.

(*) Cronista oficial del municipio Pedraza.
Estado Barinas.

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