Por Henry Nadales (*)
26 de diciembre de 2006.
El Día de Todos los Santos, el primero de noviembre del año 1616, Nuestra Señora de Altagracia de Pedraza fue convertida en cenizas y la mayoría de sus habitantes perdieron la vida en un feroz ataque de los aborígenes Jirajaras. Estaba la ciudad ubicada en el alto Curito, en el sector conocido hoy como Montañas de Santa Bárbara, muy cerca de la actual población de Pedraza La Vieja. Los bravos y dignos pobladores naturales de aquel extenso territorio del piedemonte vendieron cara la explotación, saqueo, abuso, vejación y despojo a que eran sometidos por parte de los ciudadanos que mayoritariamente habitaban en la villa que apenas tenía 25 años de fundada.
Los pocos sobrevivientes de aquel pavoroso ataque que se internaron en la zona boscosa para protegerse de sus atacantes decidieron mudar a la ciudad hacia el noreste, al pequeño valle de Los Mogotes, ubicado a la orilla del río Quíu. Con los que sobrevivieron y gente que vino de las ciudades de Barinas y Mérida fue reedificada Nuestra Señora de Altagracia de Pedraza, dentro de una fortaleza para protegerla de la acción de los temibles Jirajaras que seguirían defendiendo sus justos derechos naturales. Por esta razón de disponer de una pared de tapias en forma de muralla se le conoció por algún tiempo con el nombre de Fuerte Mene. La reconstrucción de la ciudad ocurrió en los primeros meses del año 1617, seguramente eran unas pocas casas de habitación, el templo para la práctica religiosa y tal vez casi ninguna edificación gubernamental.
Para realizar la primera mudanza de Pedraza es enviado desde Mérida don Diego de Luna Pacheco con dos instrucciones bien precisas: una, trasladar y fundar de nuevo a la ciudad en un lugar más seguro; y la otra, que para darle mayor protección se le construyera una muralla protectora de sus enemigos. La orden de la construcción de esa pared protectora es una declaración de confesión, que hay que tener muy en cuenta porque es el reconocimiento de que los residentes de la ciudad pensaban seguir teniendo conductas desagradables a los aborígenes. Sabían la mayoría los ciudadanos de Pedraza que seguirían portándose mal, que continuarían vejando, abusando, despojando, maltratando, saqueando y explotando a la población aborigen. La construcción de tapias debe considerarse como una confesión de los usurpadores españoles y sus descendientes, de que tenían el objetivo de obtener beneficios económicos con la explotación de los Jirajaras y de sus tierras.
(*) Cronista oficial del municipio Pedraza.
Estado Barinas.
sábado, 31 de enero de 2009
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